El decía que no debía hacerlo, pero la terquedad era símbolo de mi vida; el sentir sin pensar en consecuencias era mi forma de vivir más de cien años. Yo esperaba que ella llegara, me cobijaba la sombra gótica de una iglesia, eran las seis de la tarde cuando comencé a notarme cobarde para comenzar a reflexionar que no debía estar allí. Sin embargo, esperé. Cigarrillo tras cigarrillo cobijaron mi espera, en mi mente fabricaba las tonterías que no debía decir pero que naturalmente terminaría diciendo. Ella llegó volando entre el cemento de las calles grises. Venía de blanco y su cabello negro enmarcaba su rostro como una perfecta fotografía. El viento ondeaba su cabello, su pequeña altura la hacia tierna. La ví venir y la imagine con alas. Era tan hermosa que no note que llevaba media hora más de lo planeado esperándola.
Solo sonrió y me abrazo. No pude negar la disculpa ante tal acto de fina vanidad.
- ¿Un café? – dije yo, huyendo de perderme en sus ojos.
- Está bien – respondió ella con la frialdad de la seguridad del olvido.
Mire a mi alrededor buscando el lugar donde podría claudicar mi orgullo. Me aproxime a él pero me arrepentí.
- ¿Una cerveza? – salió de mi como un grito de alma.
- No quiero licor – dijo ella cortante, tal vez conociendo el efecto de la sinceridad del alcohol. Yo asentí con resignación.
Caminaba de nuevo al café y ella retuvo mi brazo y dijo la frase falsa de un borracho: - Solo una. ¿Quieres escuchar música o vamos a bailar? – Agregó dándome a escoger el marco de nuestro furtivo encuentro.
Mire la luna que solía refutarme y enseñarme lo estúpido que puedo llegar a ser a veces. Me confesé: - Vamos a hablar -.
El bar era pequeño con aires musicales, dos guitarras colgaban en las paredes y las mesas estaban en dos filas. Eran mesas para dos. El color era levemente oscuro y naranja, lo que hacía que ella tomará un leve color dorado en su piel. Nuestra mesa era una antigua máquina de coser que permitía jugar con los pies en un vaivén. Estaba en un rincón, tal vez era la mesa de los amantes pensé yo; aunque el marco era un poco más nostálgico con la luz de la vela que se reflejaba en sus ojos.
Había dos cervezas sobre la mesa. Un cigarro en mi mano que rápidamente se agotaba con mi inquietud.
- ¿Cómo lo hiciste? – dije después de tomar un gran sorbo y un gran respiro.
- ¿Cómo hice que? – respondió ella.
- Olvidarme. ¿Cómo lo hiciste? – agregué a mi pregunta cruel.
Ella mi miró a los ojos. ¡Que bellos eran! Tomó un suspiro y exhaló para hablar mientras yo esperaba su dura respuesta.
- No se – dijo. No se porque pero esperaba esa respuesta. De ella solo esperaba eso, inseguridad. - Porque no siento que te haya olvidado, el verdadero amor nunca se olvida. – Agregó ella y mis oídos sorprendidos no creían lo que escuchaban.
Yo tomé un lapso de valentía y me lancé rápido pero sutilmente a completar su frase con un beso, pero mi torpe humanidad chocó con la cerveza que cayó en el instante, convirtiendo el momento sincero en burla. Reímos de mi torpeza y en ella se dibujó la sonrisa de la nostalgia después de un minuto de jocosidad. Me miró como solía hacerlo, yo sabía que en su cabeza estaban pasando mil ideas de lo que fue nuestra historia.
- Todo no sería así si estuviéramos juntos, ¿Por qué lo hiciste? – me dijo con un poco de rabia en el tono de su voz. Sus ojos comenzaron a humedecerse. Me comencé a sentir miserable.
- No era lo que quería, mi razón era la simple necesidad de no hacerte daño. Nunca te traicioné. – me defendía apresuradamente.
- Solo necesitaba paciencia, lloré como nunca volveré a llorar, eras mi mundo.
- En ese momento era lo mejor, ahora solo pienso que fue un acto de cobardía, te amaba demasiado para pagarte igual. Ahora tengo la voluntad que no tuve en ese momento para saber que lo podía superar.
- Ya es tarde – dijo ella y mis ideales cayeron al suelo como si la gravedad afectará las ilusiones.
Ella no me miraba. Su mirada yacía en el espacio del recuerdo. Sus ojos seguían siendo tan sinceros como siempre.
- Me regala otro cigarrillo por favor – levanté mi voz al mesero, quien se dirigió a mi y me extendió un cigarrillo. Tome tres.
Hubo un silencio de muerte sin embargo comencé a mirarla y a recordar lo que era besarla.
- ¡No! – exclamé, - Aun no es tarde. Tu no eres feliz, solo busco tu tranquilidad así no sea conmigo, no puedo verte así, aun te amo. – agregué con ímpetu. Ella solo me miró, sonrió y exhaló. Yo fumaba.
- No es tan fácil, nunca ha sido fácil, no es cuestión de amor, es cuestión de estabilidad y seguridad – se dirigió a mi nuevamente con la tranquilidad del olvido. Tuve miedo. En mi ingenuidad no sabía que pensar. Ella era confusa como siempre. – Son dos años. Dos años en donde todo a cambiado, lo mas importante, yo he cambiado, yo no soy la misma, mi realidad ha cambiado. – agregó.
- No importa, tu esencia es la misma. Yo quiero tu alma, quiero enredar mis manos en tu cabello de nuevo, quiero reír hasta más no poder, quiero sentir tu piel de nuevo con la mía, quiero amarte como antes, no te quiero amar más en silencio. – dije intentando, como siempre, dar un aire de esperanza a sus palabras aunque ella tenía razón. Quise besarla, abrazarla, no soltarla, no quería dejarla de nuevo - ¿Por qué lo hiciste? – dije con rabia - ¿Por qué te casaste? – dije colocando mi mano sobre mi frente quitándome el cabello que levemente tocaba mi frente.
- ¡Me casé amándote! – gritó y dirigió su rostro desafiante hacia mí. – El estuvo cuando te llevaste mi mundo, él calmo la pasión que dejaste, él cumplió mis caprichos, él secó las lagrimas que yo derrame por ti frente a él, él es un gran hombre, él me dio un hogar, él me dio tranquilidad, él… - En un impulso de dolor la tomé del rostro y bruscamente, acerqué sus labios los míos y a besé. Ella se resistía pero más fuerza yo hacía hasta que sus sentimientos afloraron y dejó que sus labios se perdieran con los míos.
Eran esos besos los que nos hacían adictos el uno al otro, era la inigualable manera de mover nuestros labios en perfecta coordinación. Nos olvidamos del mundo, de valores, de ética, de valores, eran solo nuestros labios y nuestros corazones latiendo como aquella primera vez que cruzamos una palabra.
Nos separamos lentamente, mientras nuestras frentes se juntaban, ella no retiraba sus manos de mi rostro. Me sentí culpable.
- Te amo – dije suavemente ella – nunca amare a nadie como a ti.- concluyo
- Yo también te amo. Dejaría de ser yo, si te dejará algún día de amar – le dije tiernamente. Separamos nuestros rostros con tristeza, como cuando dos amantes dicen adiós.
- Me regala dos cervezas, mas por favor – le dije al mesero. Mientras ese silencio de muerte volvía a aparecer. Mas de media cerveza, y tres cigarrillos nos tomaban sin decir nada, ella estaba inmensa en sus pensamientos como yo en los míos, pero compartiendo un sentimiento puro. Ví en sus ojos la alegría de nuevo y la culpa se extinguió.
De pronto, vi como en su hombro apareció una mano fuerte. Mire de arriba abajo y no lo podía comprender. Ella volteó levemente su rostro y lo vió. Sus ojos volvieron a ser tristes, la pequeña sonrisa que había quedado después del beso se esfumo.
- Hola – dijo el hombre detrás de ella.
- Hola amor – dijo ella, le dio un pequeño beso y el mundo se tiño de gris – Te presentó a mi mejor amigo – agregó dirigiéndose a mi.
- Mucho gusto – dijo él y estiró su mano hacia mí. Yo instintivamente estreche su mano con la fuerza de un caballero pero con la suavidad de la mentira. Sonreí hipócritamente. El acercó una silla y se sentó a su lado.
El miró a su alrededor, y después de un momento su aspecto cambio a ser un poco irritado. Y le dijo a ella un poco molestó:
- No me gusta este sitio, hay guitarras, con razón te gusta venir acá.
Entonces comprendí, que el no sabía que yo era su sombra.
Escrito en Enero de 2007
Solo sonrió y me abrazo. No pude negar la disculpa ante tal acto de fina vanidad.
- ¿Un café? – dije yo, huyendo de perderme en sus ojos.
- Está bien – respondió ella con la frialdad de la seguridad del olvido.
Mire a mi alrededor buscando el lugar donde podría claudicar mi orgullo. Me aproxime a él pero me arrepentí.
- ¿Una cerveza? – salió de mi como un grito de alma.
- No quiero licor – dijo ella cortante, tal vez conociendo el efecto de la sinceridad del alcohol. Yo asentí con resignación.
Caminaba de nuevo al café y ella retuvo mi brazo y dijo la frase falsa de un borracho: - Solo una. ¿Quieres escuchar música o vamos a bailar? – Agregó dándome a escoger el marco de nuestro furtivo encuentro.
Mire la luna que solía refutarme y enseñarme lo estúpido que puedo llegar a ser a veces. Me confesé: - Vamos a hablar -.
El bar era pequeño con aires musicales, dos guitarras colgaban en las paredes y las mesas estaban en dos filas. Eran mesas para dos. El color era levemente oscuro y naranja, lo que hacía que ella tomará un leve color dorado en su piel. Nuestra mesa era una antigua máquina de coser que permitía jugar con los pies en un vaivén. Estaba en un rincón, tal vez era la mesa de los amantes pensé yo; aunque el marco era un poco más nostálgico con la luz de la vela que se reflejaba en sus ojos.
Había dos cervezas sobre la mesa. Un cigarro en mi mano que rápidamente se agotaba con mi inquietud.
- ¿Cómo lo hiciste? – dije después de tomar un gran sorbo y un gran respiro.
- ¿Cómo hice que? – respondió ella.
- Olvidarme. ¿Cómo lo hiciste? – agregué a mi pregunta cruel.
Ella mi miró a los ojos. ¡Que bellos eran! Tomó un suspiro y exhaló para hablar mientras yo esperaba su dura respuesta.
- No se – dijo. No se porque pero esperaba esa respuesta. De ella solo esperaba eso, inseguridad. - Porque no siento que te haya olvidado, el verdadero amor nunca se olvida. – Agregó ella y mis oídos sorprendidos no creían lo que escuchaban.
Yo tomé un lapso de valentía y me lancé rápido pero sutilmente a completar su frase con un beso, pero mi torpe humanidad chocó con la cerveza que cayó en el instante, convirtiendo el momento sincero en burla. Reímos de mi torpeza y en ella se dibujó la sonrisa de la nostalgia después de un minuto de jocosidad. Me miró como solía hacerlo, yo sabía que en su cabeza estaban pasando mil ideas de lo que fue nuestra historia.
- Todo no sería así si estuviéramos juntos, ¿Por qué lo hiciste? – me dijo con un poco de rabia en el tono de su voz. Sus ojos comenzaron a humedecerse. Me comencé a sentir miserable.
- No era lo que quería, mi razón era la simple necesidad de no hacerte daño. Nunca te traicioné. – me defendía apresuradamente.
- Solo necesitaba paciencia, lloré como nunca volveré a llorar, eras mi mundo.
- En ese momento era lo mejor, ahora solo pienso que fue un acto de cobardía, te amaba demasiado para pagarte igual. Ahora tengo la voluntad que no tuve en ese momento para saber que lo podía superar.
- Ya es tarde – dijo ella y mis ideales cayeron al suelo como si la gravedad afectará las ilusiones.
Ella no me miraba. Su mirada yacía en el espacio del recuerdo. Sus ojos seguían siendo tan sinceros como siempre.
- Me regala otro cigarrillo por favor – levanté mi voz al mesero, quien se dirigió a mi y me extendió un cigarrillo. Tome tres.
Hubo un silencio de muerte sin embargo comencé a mirarla y a recordar lo que era besarla.
- ¡No! – exclamé, - Aun no es tarde. Tu no eres feliz, solo busco tu tranquilidad así no sea conmigo, no puedo verte así, aun te amo. – agregué con ímpetu. Ella solo me miró, sonrió y exhaló. Yo fumaba.
- No es tan fácil, nunca ha sido fácil, no es cuestión de amor, es cuestión de estabilidad y seguridad – se dirigió a mi nuevamente con la tranquilidad del olvido. Tuve miedo. En mi ingenuidad no sabía que pensar. Ella era confusa como siempre. – Son dos años. Dos años en donde todo a cambiado, lo mas importante, yo he cambiado, yo no soy la misma, mi realidad ha cambiado. – agregó.
- No importa, tu esencia es la misma. Yo quiero tu alma, quiero enredar mis manos en tu cabello de nuevo, quiero reír hasta más no poder, quiero sentir tu piel de nuevo con la mía, quiero amarte como antes, no te quiero amar más en silencio. – dije intentando, como siempre, dar un aire de esperanza a sus palabras aunque ella tenía razón. Quise besarla, abrazarla, no soltarla, no quería dejarla de nuevo - ¿Por qué lo hiciste? – dije con rabia - ¿Por qué te casaste? – dije colocando mi mano sobre mi frente quitándome el cabello que levemente tocaba mi frente.
- ¡Me casé amándote! – gritó y dirigió su rostro desafiante hacia mí. – El estuvo cuando te llevaste mi mundo, él calmo la pasión que dejaste, él cumplió mis caprichos, él secó las lagrimas que yo derrame por ti frente a él, él es un gran hombre, él me dio un hogar, él me dio tranquilidad, él… - En un impulso de dolor la tomé del rostro y bruscamente, acerqué sus labios los míos y a besé. Ella se resistía pero más fuerza yo hacía hasta que sus sentimientos afloraron y dejó que sus labios se perdieran con los míos.
Eran esos besos los que nos hacían adictos el uno al otro, era la inigualable manera de mover nuestros labios en perfecta coordinación. Nos olvidamos del mundo, de valores, de ética, de valores, eran solo nuestros labios y nuestros corazones latiendo como aquella primera vez que cruzamos una palabra.
Nos separamos lentamente, mientras nuestras frentes se juntaban, ella no retiraba sus manos de mi rostro. Me sentí culpable.
- Te amo – dije suavemente ella – nunca amare a nadie como a ti.- concluyo
- Yo también te amo. Dejaría de ser yo, si te dejará algún día de amar – le dije tiernamente. Separamos nuestros rostros con tristeza, como cuando dos amantes dicen adiós.
- Me regala dos cervezas, mas por favor – le dije al mesero. Mientras ese silencio de muerte volvía a aparecer. Mas de media cerveza, y tres cigarrillos nos tomaban sin decir nada, ella estaba inmensa en sus pensamientos como yo en los míos, pero compartiendo un sentimiento puro. Ví en sus ojos la alegría de nuevo y la culpa se extinguió.
De pronto, vi como en su hombro apareció una mano fuerte. Mire de arriba abajo y no lo podía comprender. Ella volteó levemente su rostro y lo vió. Sus ojos volvieron a ser tristes, la pequeña sonrisa que había quedado después del beso se esfumo.
- Hola – dijo el hombre detrás de ella.
- Hola amor – dijo ella, le dio un pequeño beso y el mundo se tiño de gris – Te presentó a mi mejor amigo – agregó dirigiéndose a mi.
- Mucho gusto – dijo él y estiró su mano hacia mí. Yo instintivamente estreche su mano con la fuerza de un caballero pero con la suavidad de la mentira. Sonreí hipócritamente. El acercó una silla y se sentó a su lado.
El miró a su alrededor, y después de un momento su aspecto cambio a ser un poco irritado. Y le dijo a ella un poco molestó:
- No me gusta este sitio, hay guitarras, con razón te gusta venir acá.
Entonces comprendí, que el no sabía que yo era su sombra.
Escrito en Enero de 2007
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